Por: Esperanza Ne
Era 8 de septiembre de 2016 y lo primero que pensé al tener conciencia de que había amanecido fue que por fin iba a escuchar en vivo a mi banda favorita del momento, Tame Impala.
Mi exnovio y yo despertamos muy temprano con sobrada emoción y apenas comimos algo, me di un baño delicioso con agua calientísima esperando que se me abrieran los poros para poder absorber la música con todo mi cuerpo y no se me olvidara jamás la voz en vivo de Kevin Parker; salimos apurados a tomar uno de los 10 mil taxis que hay en Xalapa esperando que no nos tocara justo ese día el habitual y desesperante tránsito que caracteriza a las calles de la capital veracruzana.
Nervios.
Al fin llegamos al Teatro del Estado en donde nos recogería el transporte de Viaje en Van, era la primera vez que utilizaba los servicios de esta empresa y los nervios por no conocerlos incrementaban cada minuto que la van no aparecía. Sólo era mi inquietud pues la camioneta llegó puntual.
Como es bien sabido ya por todos los ciudadanos que vivimos en este estado del terror, las carreteras veracruzanas no son exactamente las más seguras del país así que, sin ser creyente, apenas me subí recé, cual fariseísta, en silencio para que no nos asaltaran a la mitad del camino y rogué por no terminar violada por algún vividor de carretera. Temía por mi vida, como cualquier mexicano que camina por casi cualquier calle del país a las 4 de la mañana, pero más temía perderme el maldito concierto que esperé con deseo angustioso desde que supe que mi banda de adoración regresaría por cuarta vez a mi bello y triste México.
Más nervios.
Mientras fantaseaba con escuchar The moment, miraba por la ventana, echando el vistazo con desgana a cada lugar por el que pasábamos, trataba de convencerme de cuánto disfruto viajar en carretera y me pregunté por qué no lo hacía más, y entonces recordé algunos titulares (muchos, en realidad) de nota roja de una temporada no muy lejana en la que los camiones de viajeros eran asaltados casi a diario, bueno tal vez exagero un poco pero eso no le resta la mínima importancia. Me pareció totalmente lamentable, como me lo sigue pareciendo, que la gente viva con miedo en un país tan hermoso, en fin.
Nervios. Histeria.
Llegamos a la ciudad de México; el boleto de mi exnovio lo habíamos comprado a un desconocido por medio de Facebook. Desde el Palacio de los Deportes tomamos un autobús que nos llevó a Reforma; si ya en Xalapa me siento insegura, como buena provinciana llevaba mi bolsa pegada a mi ser y me guardé la lana en un lugar bien seguro por si ese día se decidía algún Brayan a subirse al camión a pedirnos nuestras pocas pertenencias de la manera menos atenta. Malditos nervios de pueblerina en metrópoli, trataban de someterme pero triunfé, al menos de ida.
Llegamos al negocio de mi prima a recoger el boleto esperando que no me hubieran embaucado y me dieran una entrada mal photoshopeada o de plano fotocopiada, así que se sumaba un problema más al ya atribulado viaje. No me infarté, el pase era legítimo. Una preocupación menos para un día rebosante de ellas, todas en mi elucubradora mente, eso me queda clarísimo.
Pasamos a comer a una panadería muy fresa unos baguetes carísimos que no valían su precio en sabor pero supongo que sí en ubicación, me arrepentí a la primera mordida de no haber optado por el sabor garantizado de Subway para consumir local. Amo Subway.
El regreso ya no fue tan amplio de malas ideas, estaba ya segura de que si algo me iba a joder el concierto hubiera pasado antes, el universo de ninguna manera iba a permitir que a esas alturas de mi exaltación se cayera el mundo y así fue, así fue. Por fin estaba formada en una larga, larguísima fila de hinchas entusiastas esperando ver la jeta angelical de Kevin.
Entregué mi boleto, todavía con un poco de paranoia por la idea de que no nos dejaran entrar por algún mal del papelito. Nada. Entramos al fin. Invadía el aire la locura colectiva de los fans arraigados en el espacio que de repente parecía tan pequeño para tantos miles de frenéticos individuos (30 mil), la histeria se palpaba, el aroma de la cerveza y el cigarro inundaban el ambiente, olores de una generación borracha empedernida para la que nunca se acaba la fiesta. Jóvenes, chavorucos (yo en la segunda categoría), no tan jóvenes, todos estábamos ahí para encumbrar a esta banda que ha crecido como la espuma de una cerveza mal servida. Esta gente, este rock psicodélico-alternativo, una escena mainstream de la actualidad imberbe, imperfecta, individualista pero unida en la verbena.
Las luces brillaban, estaba drogada sin haberme metido nada, apenas había tomado un par de cervezas, tal vez más pero mis ojos palpitantes veían las luces totalmente alucinantes, estaba feliz, con una certera sensación inalienable de que ese era mi lugar en ese momento.
Salió la banda telonera, la escuché apenas. Impaciencia. Angustia. Desesperación.
Por fin.
Ahí estaba, apareció Parker, el maldito Kevin Parker. Suena Nangs de su tercer álbum Currents, escucho cual católica en misa, con atención y devoción, segura totalmente de lo sagrado que puede llegar a ser, para cualquier persona, oír en vivo a su cantante favorito, es el punto culminante después de meses o años de seguir su música, de buscar b-sides, remixes, covers, vídeos en vivo, es la cima, el remate, la cúspide, es el clímax, vaya.
Este momento es mediático, pienso. Kevin Parker acaba de decirnos, a nosotros, a sus fans mexicanos que damos todo por nuestros ídolos, que este es el show más grande de su trayectoria. Todos gritamos, fue un momento de amor verdadero, incondicional entre Kevin y 30 mil personas a su alrededor mirándolo, venerándolo.
Retumbaban en el recinto los coros desafinados pero reales, de auténtica sinceridad de cada una de nuestras voces que se convertían en una, por momentos, con la de Kevin.
Nada es genérico, nada de este momento es insípido, no es un concierto mediano, cada miembro de la banda lo está dando todo y entiendo que la entrega es el resultado de la turbación de nuestro corazón extasiado, idólatra que puede respirarse, tangible.
La novena canción, The less i know the better, nos conmociona a todos. Gritos, sollozos. Estoy pensando que es el mejor concierto de mi vida. Bebo un poco más, grito un poco más, canto cada una de las canciones, por momentos tengo ganas de llorar, me invade un desasosiego inminente, me aguanto pero por dentro estoy llorando de emoción.
No te acabes, por favor. Sigue cantando para nosotros, Kevin, te amamos.
Veo el reloj, son las 12 de la noche, es mi cumpleaños. Qué diablos, este el mejor regalo de mi vida.