Ella
Por: Ale Z. R.
Ella iba sola, iba aminando con el pelo suelto, revuelto y el aire dándole en la cara. En su cara, en su pequeño rostro, en su rostro sin emoción, ese rostro empapado en lágrimas, descendiendo y sin mostrar más. Se veía igual, igual que siempre, con el mismo temple, la misma actitud, la misma imagen. Y lo único diferente, eran su lágrimas correr, suaves, transparentes, que una a una salían y parecían desaparecer con el aire. Se ladeaba el cabello, caminaba, la miraba y ella, avanzaba sin más, sin sonreír ni llorar, solo caminaba por la calle, con la mirada en blanco sin saber por qué.
La vi desde una cuadra, la vi como paseaba, la vi como caminaba, seguía sus pasos. Con ojos observantes la veía que sufría, a pesar de su rostro ser normal. Cuando la miré más de cerca me encantó. Me gustó su actitud, me gustó su andar, me gustó esa dulzura oculta y ese rostro frágil, lleno de todo y lleno de nada. Inmerso en una discusión, repasando en su mente sus lágrimas, memorizando acciones pasadas y frases dichas.
Me tuve que acercar, no pude más, no pude evitarlo. Me levanté, avancé más hasta volverla a ver. Fui directo a hablarle, quería abrazarla, decirle que la iba a ayudar, que iba a estar para ella, que quería ser parte de ella. Me miró, se detuvo cuando la saludé. No sabía cómo hablarle y pensé que saludarla como si nos conociéramos resultaría. Se detuvo, me miró, su rostro no me reconocía, nunca la había visto ni ella a mí, pero me sonrió, una sonrisa divina, unos ojos pensantes dando vueltas en su cabeza y preguntándose quién era, de dónde nos conocíamos y qué quería.
Cuando pasaron esos segundos, tuve que decirle que no la conocía, no podía mentirle, sentía que sus ojos penetraban en mí y me veía.
Tuve miedo otros segundos y de frente, en silencio, le pregunté si estaba bien. Me dijo que sí y quiso seguir su camino. No podía permitirlo. Le pregunté si la podía ayudar, si necesitaba algo y su rostro sin emoción cambió. Me miro fijamente y no dijo nada. Bajé la mirada. Quería ayudarla, quería abrazarla, decirle lo que repetía mi mente: voy a estar para ti. Pero no supe qué hacer, le dije que la veía distraída y pensé que se sentía mal, que podría lastimarse, que algo podría pasarle.
Volvió a sonreír, ahora una sonrisa más natural, más empática, más de gratitud. Tengo varios problemas dijo al fin. No supe qué contestar, no quería sonar mal y darle una respuesta tonta y solo dije: puedes platicarlo, me puedes contar y yo te puedo escuchar. Abrió sus ojos sorprendida, vio mi mirada preocupada, vio mi rostro lleno de interés.
Nos sentamos en una banca, junto a la que estábamos de pie. Tomó sus cabellos y los ladeó, me analizó, miró y pensó, se sentó. No sé qué te puedo contar dijo, son problemas y ya, nada en que me puedas ayudar. No sabría cómo comenzar, no sé qué te pueda decir, no te conozco dijo con ojos tristes, quizá no te vuelva a ver.
Ella se levantó. Me miró unos segundos y trató de seguir su camino. Me levanté, traté de alcanzarla, pero algo me detuvo. Me senté en la misma banca. La vi alejarse poco a poco. Vi su andar, sus caderas contonearse, su cabello balancear con el aire y mezclarse en la multitud.
Estuve en esa banca, preguntándome qué había sucedido, en qué había hecho para alejarla, en qué había hecho ella para tener mi mente ocupada, pensando en ella. Si era su culpa, si era la mía. Si era ella con esa mirada peculiar.
Me levanté y traté de avanzar en la misma dirección, debía alcanzarla, debía verla, debía amarla.
Caminé por los alrededores, esperando ver esa mirada mágica y ese rostro sin igual pero no sucedió. Tuve que seguir mi camino, seguir mi recorrido, había hasta olvidado qué debía hacer, olvidé si iba o venía, si algo debía comprar, si algo debía hacer. Me había olvidado de todo, no tenía rumbo al pasear, me iba perdiendo en ella y me necesitaba encontrar.
En la madrugada desperté, desperté a esa hora donde la noche se pone más oscura, donde está a punto de amanecer. Donde escuchas tus pensamientos donde no hay otro ruido más. El cielo es oscuro y donde estás solo tú.
Pensé en ella, pensé en su vida, le imaginé una vida, la imaginé llorar, la pude ver dentro de mi mente, la pude apreciar más. Quise ir tras ella, quise perseguirla, quise tomarla entro los brazos en esa oscuridad. Imaginé que ese día que la vi, nos sentábamos, que bajaba la mirada al contarme que estaba preocupada y no podía dormir. Me contó que se sentía distante de todos, que algo le estaba sucediendo y no sabía qué era. Me miraba y no sabía si estaba preocupada o triste. No podía descifrar su mirada pero me conmovió. Y esa mirada me seguía cautivando, ese mirar que no mostraba nada, que estaba vacía y a la vez no. Esa máscara que utilizaba se había vuelto parte de ella y eso me atraía. Esos problemas que no sabía cómo enfrentar, que la agobiaban, que la hacían no dormir.
Y en esa oscuridad es ella, ella y solo ella. A ella que la veo, a ella que en su pose y su mirada me pierdo. Ella que llora y ella que me abraza, que contiene su respiración y suspira cuando escucha mi corazón y no ve mi rostro preocupado, mi cara que se desespera al oír su llanto callar por estar estrecha a mí. Y renace cuando me devuelve la mirada. Surge nuevamente cuando esos ojos me observan y ven la calma. Debo mantener la calma para ella. Debo ser fuerte para ella, debo ayudarla sólo a ella.