Fotos: Jesús Olmos
Por: Jesús Olmos
Día tras día, un artístico incendio recorre los atardeceres montañosos en la República Mexicana, obsequiando pedazos de arte salidos del ojo humano.
Su belleza es imposible captarla con las cámaras, los lentes de los teléfonos celulares se alejan mucho de la capacidad que tiene el sentido de la vista para admirar el fuego que emerge detrás de los colosos que magnifican el misticismo que rodea a este territorio sagrado.
De Puebla a Xalapa, de la Ciudad de México a Toluca, de Córdoba a Orizaba, desde el Arco Norte hacia Tlaxcala, estos trayectos te regalan los más fascinantes paisajes montañosos del país.
El Pico de Orizaba, el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, la Malinche, el Nevado de Toluca, el Cofre de Perote, todos en su inmensidad construyen el Eje Volcánico Transversal de México.
El Citlaltépetl, siempre nevado, con sus 5610 metros de altura, tiene la peculiaridad de no poder ser visto en su máximo esplendor desde el municipio que le da su nombre castellano. Montaña de aspecto apacible que ha sido noticia en los últimos meses por ser también recinto de muerte para aventureros que lo retan con tocar su eterno glaciar.
Desde el Cerro del Borrego deja ver su cima casi inalcanzable y, detrás de él, se erige un atardecer enternecedor en tonos naranjas y azules opacos que saben a despedidas a muchos que, como yo, recorremos la franja que conecta Veracruz y Puebla para encontrarnos con nuestros seres queridos cada cierre de año.
El Popocatépetl eternamente acompañado de su amada, tiene el aspecto de un acompañante fiel y celoso, que vela en espera de su amor, aunque en su interior con sus 5500 metros sobre el nivel del mar, encierra el calor y la fuerza de una madre naturaleza que lo libera para darnos lecciones sobre las leyes de la vida.
Su acompañante Iztaccíhuatl, expone su belleza cada atardecer, siempre vigorosa, siempre vistosa, siempre expuesta y al mismo tiempo apacible, en espera de montañistas conquistadores que la busquen y hagan suya en los primeros rayos del amanecer.
Los mejores puntos en trayecto para apreciar el espectáculo de fuego que cede cada noche, van desde una mañana en La Iglesia de los Remedios de Cholula, una visita tempranera a la Ciudad de México antes de Río Frío o un regreso de emergencia por el Arco Norte hacia Tlaxcala para ver el calor someterse a los designios de la noche, entre las lucecitas centellantes de Texmelucan que nunca dejan de brillar. Aunque quienes la han tocado en su punto más alto, hablan del contacto con dios, con lo eterno, cuando respiran desde ese paraíso invernal.
El Nevado de Toluca a 4680 metros de altura, parece ser un joven más intrépido. Sus veredas y senderos te agitan a un ritmo acelerado y obligan al corazón a exponerse a una dura prueba. Desde lo alto, una densa nube gris toca el horizonte, recordándonos la presencia de la gran urbe del centro del país, el urbanismo y los excesos cometidos por la humanidad en aras del desarrollo.
Desde la punta, las dos lagunas del Xinantécatl, lo adornan con señales de bienvenida para los visitantes, mientras su frío te paraliza, su esplendor te conmueve, su camino te hace dudar, su despedida es inolvidable. Entre un camino de árboles grotescos uno de sus picos se asoma brillante casi en amarillo y te dicen adiós, mientras se pierde en la calma y el silencio total.
La Malinche y el Cofre de Perote, son compañeros de viaje recurrentes para quienes viajamos de la metrópoli poblana a la capital del Estado de Veracruz. En el trayecto hacia Xalapa, los dos colosos vigilan cada uno por su lado que los viajeros atraviesen del desierto al bosque de niebla.
En colores grisáceos, el paisaje los resalta en medio de parajes exóticos como diversas lagunas con infinidad de leyendas. Sus 4.420 y 4200 metros sobre el nivel del mar respectivamente, los hacen puntos referenciales de acceso al centro del país y el atardecer los recorre plácido cubriendo su cuerpo hasta convertirlo en sombra.
Todo el mundo busca la proeza, el mérito, el halago, o alimentar el ego, yo ‘persigo la felicidad. Y la montaña responde a mi búsqueda”, Chantal Maudit.