Por: Jesús Olmos
Un hecho pasó desapercibido por la prensa nacional. Un héroe, uno de esos humanos que han alcanzado una proeza de hueso y piel, obtuvo el alta, tras un largo pasaje de recuperación luego de que le cambiara la vida entre el polvo, la desesperación, el dolor y finalmente, la esperanza.
Una historia digna de una película de Hollywood, un ser humano cuya existencia es símbolo de que no hay sentimiento humano más poderoso que el amor y que aún cuando se piensa que se ha perdido la esperanza, nuestra fe, nos puede salvar.
Ayer regresó a casa.
Recorrer la Ciudad de México, es golpearse la cara con la realidad del 19 de septiembre. La herida ya no sangra, pero está ahí, causando dolor, poniendo a prueba a nuestras familias, haciendo que salga lo mejor de nosotros como vecinos, uniéndonos como nación.
La Roma – Condesa, en la Delegación Cuauhtémoc, es símbolo de ello. Junto al corredor turístico, los restaurantes y bares atiborrados por jóvenes, los vestigios en la calle que te impiden el paso, traen al recuerdo las escenas de unión y las ganas de ayudar sin pensar en una retribución.
Aquella mañana, en otro punto de la ciudad, la vida corría con normalidad. ‘Todos perdimos algo’, dice, en la estación Pino Suárez del Metro capitalino, un hombre que empuja a un lado mío a una chica delgada que está justo en medio una conversación de las que hay miles.
En otro pequeño trayecto desde la esquina superior del vidrio de un automóvil se puede distinguir el montón de piedras que no han encontrado reacomodo entre los cintillos color amarillo a la vista de un perro café.
Poco más adelante, un hombre mira hacia su lado derecho la herida estructural de un edificio que bien podría considerarse viejo, por el tipo de construcción, mientras a unos kilómetros de distancia, las máximas autoridades plantean la posibilidad de entregar un cheque en blanco al ejército para continuar la labor despreciada por ellos.
Horas más tarde, dos jóvenes plantean desde su perspectiva las horas de histeria, el caos, el llanto y finalmente, todo redunda en que, si bien ya no hay sangre, sí ha quedado cicatriz.
Más allá de la herida, la Ciudad de México parece no detener su ritmo incansable. Miles de automóviles en las calles, los corredores y andenes atascados, el metro a su máxima capacidad, las terminales de autobuses sin espacio para más gente, el bullicio, el ruido, las luces… y el silencio por los que se fueron.
Más allá de la sangre, el sentido por sobrevivir nos marca como especie. No importando que el mundo se derrumbe junto de nosotros, siempre hay la posibilidad de salir, para hacer felices a los que nos rodean, para acompañarlos en lo que aún tienen que vivir.
Allá afuera, una sonrisa familiar, un abrazo incandescente lo esperaban luego de casi tres meses desde aquel 19 de septiembre.
Los milagros existen. El que no lo crea, estás de pie. Eres un cabrón. Un héroe. Volviste a nacer. Dios le bendiga señor Ponce.
Eres un símbolo de esperanza.