J. Jaime Hernández
Hace más de 10 años conocí a Gustavo Arellano, un hijo de la diáspora mexicana en la localidad de Santa Ana, en California.
En aquel entonces, mi deseo por conocer a Gustavo partió de una curiosidad periodística:
¿Cómo entender el éxito de un “periodista accidental” (como él mismo se define) que, a los 27 años, ya había hecho de su columna “Ask a Mexican”, en el semanario OC Weekly, un poderoso referente y escaparate para ventilar las afrentas, los prejuicios raciales y la incomprensión de los “gringos” hacia los mexicanos.
Pero, además, ¿cómo es que había conseguido hacer de sus columnas un poderoso revulsivo para aumentar el número de ventas y lectores en momentos que, ya desde entonces, muchos medios luchaban contra la crisis de la industria periodística en Estados Unidos?
Recuerdo que, nada más conocernos, en un café de la ciudad de Santa Ana, al sur de California, me percaté de las claves de su éxito. Gustavo transpiraba sincretismo por todos los poros. Podría decirse que era uno de los productos más logrados y sofisticados de la asimilación cultural.
Si, esa asimilación de la que alguna vez dudó Samuel Huntington, en el caso de los mexicanos en Estados Unidos. De hecho, el polémico académico de Harvard, había advertido en 2004 que por culpa de los mexicanos el “american way of life” (el estilo de vida en EU) estaba condenado a desaparecer.
En medio de esta histeria de tufo racista, el triunfo de Gustavo Arellano parecía un desmentido a los postulados de tan despistado profesor. Su sentido del humor y su franqueza brutal contra los prejuicios racistas de “los gabachos”, lo habían convertido en un paladín no sólo de la comunidad migrante, sino de aquellos “gringos” que ya desde entonces veían con resquemor el avance de la causa racista en Estados Unidos.
En muchos sentidos, Gustavo Arellano se había convertido en el llanero solitario de una lucha desigual contra los prejuicios y el odio racial que recorría las planicies del sur de California contra la comunidad mexicana.
La pregunta que muchos nos hacíamos ante el fenómeno de “Ask a Mexican”, era:
¿Cómo era posible que este joven “pocho” (como se auto denomina), que soportaba con deportividad la burla cotidiana de su madre por su pésimo uso del español, hubiera sido capaz de convertir su sentido del humor y su inteligencia, en una poderosa herramienta de interlocución frente a ese mar de incomprensión y prejuicios?.
Particularmente en una zona caracterizada por sus continuos choques raciales. Por el resurgimiento del Movimiento de los Minuteman y la creciente oleada del nativismo más racista. Un lugar caracterizado por la concentración del mayor ejército de inmigrantes desplazados; de esos esclavos de la era moderna.
Con casi 400 mil inmigrantes de origen hispano, que representan más del 70 por ciento de su población y más de un 35 por ciento en todo el Condado de Orange, la ciudad de Santa Ana conforma una de las poblaciones flotantes más grandes y dinámicas del planeta.
La mayoría de estos inmigrantes trabajan como jardineros, limpiadores, cocineros,
meseros o niñeras en una de las concentraciones urbanas más ricas y desarrolladas del país, donde se les sigue viendo como ciudadanos de segunda y como la prueba de una invasión de inmigrantes que han llegado para quedarse.
En medio de este avance demográfico de los latinos, los recelos de una comunidad anglosajona que ha comenzado a sentirse en franca minoría y llegado incluso al extremo de
denunciar la “invasión” de los inmigrantes latinos, surge el éxito de “Ask a Mexican”.
Una columna de sátira sin contemplaciones que, a partir de esta semana y por decisión de Gustavo Arellano, dejará de publicarse en el OC Weekly y una treintena de diarios.
Las razones esgrimidas por Gustavo, hoy con casi 40 años de edad, son los recortes brutales de personal en el departamento editorial de OC Weekly y su negativa a continuar como contratista del dueño de ese medio, Duncan McIntosh.
En declaraciones a la agencia AP, Alexandro Jose Gradilla, profesor de estudios chicanos en la Universidad de California en Fullerton, consideró que Arellano llegó para ofrecer una nueva perspectiva en los medios para los latinos que buscaba abarcar las contradicciones de ser latino en Estados Unidos.
“No usaba representaciones heroicas ni tampoco bellas o impecables”, dijo.
En vez de eso “Arellano hablaba sobre la gente y la identidad que tienen con todo el desorden que es parte de la experiencia”.
Efectivamente, y por ello mismo, para este admirador de Tin Tan , de la música de Jorge Negrete o del Trio Calaveras, el fin se antoja hoy lejano. Particularmente en la era Trump, donde los retos para los medios de comunicación y los millones de inmigrantes indocumentados, son colosales.
Donde la comunidad migrante de origen hispano, seguirá necesitando de la ingeniosa y valiente voz de Gustavo Arellano. Donde su prosa seguirá siendo como un puño contra los prejuicios y el odio de los racistas.
“Yo suelo soñar en inglés y en español. Y, a veces, en spanglish”, me dijo alguna vez Gustavo, para dejar al descubierto las fortalezas de un hijo de la diáspora mexicana, pero también de esa asimilación que ha sido capaz de bregar en contra del racismo, la incomprensión y avanzar con paso seguro por ese horizonte demográfico donde la minoría hispana dejará de serlo en un futuro no muy lejano.