La imagen del hijo de un hombre acaudalado, fotografiado con un arma de fuego, llegó a la redacción de un periódico local en 2015. Este hombre, poseedor de una fama que supera fronteras entre estados de la República por la influencia del giro comercial al que se dedica, mantiene pensativo al reportero y su editor quienes contaron la anécdota. La imagen, para su suerte, nunca verá la luz. Había ganado, en ese momento, la idea de que nada abonaba al concierto de noticias totalmente ensangrentado. Y es que, en estos tiempos, una imagen así, con el encabezado correcto, distribuida mediante agentes sociales o algún medio de comunicación, puede destruir la reputación de cualquiera.
Esa era, exactamente, una de las armas de disuasión de un gobierno inundado de opacidad y cuyo quebranto llevó al extremo la tolerancia social sobre el bien y el mal en la política.
Así le ocurrió a Gibrán Martiz Díaz, un joven que desapareció levantado por elementos de Seguridad Pública Estatal, un martes 7 de enero en la capital del Estado de Veracruz y cuyo cuerpo fuera hallado unos días después tras haber sido salvajemente asesinado.
Inmediatamente, una maquinaria aceitada por el control del poder policíaco, se habría ocupado dedifundir fotos del fallecido participante de ‘La Voz México’ portando armas. A quienes se encargaban de brindar seguridad en esa entidad revolcada por la delincuencia, no solo les interesaba, en apariencia, llevarse los sueños del joven que unos días después perdería la vida, sino que también, buscaban manchar su legado, su existencia y los rastros de su muerte.
Apenas ayer, el encargado de encabezar esa área gubernamental que tanto estupor causa hasta nuestros días, fue imputado por la desaparición forzada en agravio de 15 personas por lo cual podría pasar hasta 90 años en la cárcel.
La noticia causa un suspiro inmenso. La exigencia única es que se haga justicia.
Para quienes vivieron de forma cercana la tormenta que azotó Veracruz en esos días, sabrán que el capitán difícilmente cesaba en sus acosos y la forma de amedrentar a quienes, por cualquier mínima inconsistencia le señalaban.
Su poder, incluso alcanzaba para retar, a cualquier precio, a los ciudadanos a someterse al entrenamiento diario que los aspirantes policíacos pasaban, para lograr algún día ponerse a la orden del poder civil.
Mandaban patrullas a esperar en las inmediaciones laborales del más pequeño de sus críticos, aún, estuvieran dentro del círculo de los denominados ‘amigos’.
Buscaban el reconocimiento por el más mínimo acierto, presumieron profesionalizarlo todo, cambiaron de uniformes, compraron patrullas de última moda, los estribos brillaban más fuertes que nunca, los maquillajes negros trataban de ocultar una realidad innegable en cada desfile, todo estaba podrido desde adentro.
El perdón ha podido llegar para muchos con el tiempo, para otros siguen presentes las vejaciones del régimen que se erigió como ejemplo de la corrupción solapada. Lo que nunca se habrá de entender, es cómo tuvieron la sangre para después del asesinato de un joven con sueños inundados de música,difundir aquellas imágenes en las que se le veía portando un arma, para tratar de explicar, a cualquier precio, que algo turbio había en aquel deceso, sin verse al espejo.
Como esta, hay miles de historias de un régimen malvado que quedarán ocultas, marcadas y guardadas para siempre, por el absoluto silencio.